Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

VASCONCELOS: FORZADO RELEVO ATENEÍSTA

Fernando Curiel Defossé[ 1 ]


Pues he padecido por tener siempre la razón.

José Vasconcelos

La desgracia fue que puso en su labor todo lo bueno y todo lo malo de su espíritu y de su cuerpo. Su ambición no tuvo límite: quiso ser presidente (a mí nunca me lo confesó, aunque me dijo cosas que lo revelaban, pero a González Martínez sí le habló del asunto) y no supo que De la Huerta lo mandaba a la América del Sur para deshacerlo políticamente. Cuando regresó, su furia no tuvo más que impotencia.

Pedro Henríquez Ureña

I

Algunas realidades virtuales se antojan más que otras. Tal es el caso del régimen presidencial (5 de febrero de 1930-30 de noviembre de 1934) del señor licenciado don José Vasconcelos (1884-1959). Si bien el pensador no había conseguido llegar al palacio de gobierno de su natal Oaxaca, años adelante la nación le confía su voto y lo impone contra viento y marea al frente del Poder Ejecutivo Federal. Desenlace esperanzador de un puñado de arduos episodios: el asesinato del general Álvaro Obregón, quien se disponía a ocupar por segunda vez la silla presidencial; la fundación del Partido Nacional Revolucionario, fruto de la habilidad política de Plutarco Elías Calles; la presidencia provisional del tamaulipeco Emilio Portes Gil; el otorgamiento de la autonomía a la Universidad Nacional de México; las disputas electorales de 1929; la renuencia del pnr a aceptar la derrota de su candidato, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio. Pero aquí no cesa la por demás estimulante virtualidad. ¿A quiénes llama a su gabinete el triunfante candidato opositor? ¿Con qué ideas -él, "filósofo-rey"- decide gobernar?

Boguemos río arriba, aproados a las fuentes.

II

Dos eran los clubes privados de antes de la Revolución a los que Vasconcelos, ambicioso joven abogado, podía aspirar: el Jockey Club y el Ateneo de la Juventud. Ahora que ambos lo incomodaban. El primero, por su cerrazón aristocrática (y el hecho de que un socio pudriera uno de sus sueños eróticos: Pepa La Malagueña).[ 2 ] El segundo, del que sin embargo sí llegará a formar parte, merced a diferencias conceptuales que en su caso llamaré temperamentales. No son pocas las aprensiones ni escasos los desacuerdos. De otra parte, cabe señalar que Vasconcelos, como sucederá con Martín Luis Guzmán o Julio Torri, se une tarde al movimiento cultural del que el Ateneo es estación. A diferencia de Ricardo Gómez Robelo -uno de los iniciadores de la crítica al positivismo-, Rafael López y otros poetas ateneístas, no debuta en las páginas de Revista Moderna o Revista Moderna de México: plataformas de lanzamiento del grupo. Tampoco lo encontramos entre los colaboradores de la revista Savia Moderna; los ponentes de la Sociedad de Conferencias; los firmantes de la "Protesta Literaria" contra la segunda Revista Azul; o los oradores de la Jornada de homenaje a Gabino Barreda, el fundador de la Escuela Nacional Preparatoria. Episodios todos los apuntados sin los que el Ateneo de la Juventud carece de raigambre, magma, historicidad, explicación, futuro.[ 3 ]

III

En efecto, no son pocas las aprensiones ni escasos los desacuerdos. Y qué decir de las contradicciones, las incongruencias. Veamos. Vasconcelos data el Ateneo, no de Savia Moderna o la Sociedad de Conferencias, sino de la divulgación de temas filosóficos que Caso verifica en el Salón El Generalito de la Escuela Nacional Preparatoria. Dos son a su juicio las corrientes que lo cruzan: una filosófica, literaria la otra. Divídese la primera, a su vez, en dos direcciones: racionalista e idealista (Caso); voluntarista, espiritualizante (él, Vasconcelos). En cuanto a la abrumadora corriente literaria, sus cultivadores le imprimieron al Ateneo una "dirección cultista", un "ambiente literatesco". ¿Qué cultivadores? Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto, Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Luis Castillo Ledón, el dominicano Pedro Henríquez Ureña ("espíritu formalista y académico"), entre otros. Si bien Vasconcelos concede que su afán resultaba benéfico en un medio simulador, lo cierto es que desde el principio la toma contra los literatos de la cofradía: dados a la "cita", a la obra ajena más que a la propia. Uno de tales literatos es quien lo cuestiona un día que jamás se olvida (¿olvida algo Vasconcelos?):

-Bueno, y tú ¿qué escribes, qué haces?

A lo que Vasconcelos responde, no menos pedante:

-Yo, pienso.

Ni siquiera el nombre le cuadraba. Lo del Ateneo pase, ¿pero de la Juventud cuando ya excedían los veinte años?

Sin embargo, no obstante lo anterior, a José Vasconcelos le corresponderá: sustituir a Caso, Acevedo, Cravioto y Henríquez Ureña en el liderazgo del grupo; reformar la asociación; y, lo más importante, sostener sus empresas y temple.

Vamos por partes.

IV

Justamente por eso, por pensar, José Vasconcelos es invitado a uno de los actos que se asimilan al programa cultural de las Fiestas del Centenario de la Independencia de México (programa en el que sobresalía la llamada Antología del Centenario y, por encima de todo, la inauguración solemnísima de la Universidad Nacional de México). Hablo del ciclo de conferencias que el Ateneo de la Juventud rinde los meses de agosto y septiembre de 1910 en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.[ 4 ]

Decisión nada fácil, me imagino. De los ponentes de la previa Sociedad de Conferencias (1907-1909) sólo son llamados dos: Antonio Caso, presidente del Ateneo, y Pedro Henríquez Ureña, secretario de Correspondencia. Eliminados quedan: Jesús T. Acevedo, a cuya iniciativa se creó la Sociedad; Alfonso Cravioto, codirector de Savia Moderna; Rubén Valenti, otro de los pioneros del antipositivismo; Ricardo Gómez Robelo; Max Henríquez Ureña; Genaro Fernández MacGrégor, por escasos días secretario de Actas de la asociación; e Isidro Fabela, sucesor de Fernández MacGrégor. El elenco de 1910 fórmanlo, en cambio, amén de Caso y Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Carlos González Peña, José Escofet... y el retobón, antiliteratesco, todavía inédito José Vasconcelos.

Ya para entonces era realidad sostenida y visible la alianza entre el Ateneo de la Juventud y el señor licenciado don Justo Sierra. Aunque atrevido hubiera sido imaginar, mientras el ministro de Instrucción Pública presidía, con sólo asistir, la inauguración del ciclo, que uno de los jóvenes conferencistas lo sucedería, la década siguiente, al frente de la educación nacional. ¿O ya lo había decidido nuestro personaje?

V

Si Caso se ocupa de Eugenio M. Hostos, Reyes de Manuel José Othón, Henríquez Ureña de Rodó, González Peña de Lizardi y Escofet de sor Juana, Vasconcelos hace lo propio con Gabino Barreda. Pedagogo seguidor de Augusto Comte, fundador de la Escuela Nacional Preparatoria, al que la clase intelectual (y parte de la política de oposición) había defendido, dos años atrás, de la crítica educativa católica (aunque no, a la postre, de los excesos y la obsolescencia de un positivismo a la mexicana). Reitero, sin embargo, que, entre los numerosos participantes de aquella jornada del mes de abril de 1908, no se contó el joven oaxaqueño José Vasconcelos.

"Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas" llámase la conferencia con la que, el 12 de septiembre de 1910, Vasconcelos clausura la serie. Conciso y diáfano es el exordio. El Barreda que interesa al disertante es el "adepto de una filosofía"; y de sus enseñanzas, atiénese a las de "valor procreativo". A la memoria de un Barreda que "supo pensar su tiempo", Vasconcelos ofrece, filial, devoto, las "ideas modernas" del momento suyo (y de los suyos). ¿Cómo pensó Barreda su tiempo? ¿Qué ideas modernas piensan los ateneístas? No escapa al conferencista el reto. Pregúntase a nombre de los que lo escuchan, Reyes, Silva y Aceves, Henríquez Ureña, Caso...; pregúntase:

¿Estamos seguros de haber excedido nuestro momento anterior? ¿Seremos realmente los que asisten a las épocas gloriosas en que los valores se rehacen? ¿O es sólo un vigor de juventud el que nos hace amar nuestro presente y nos lo hace aparecer más fecundo que el pasado?[ 5 ]

La respuesta favorece a los nuevos tiempos.

Vasconcelos recuerda que don Gabino introdujo en su momento un sistema de pensamiento y un método del todo diversos a los prevalecientes "en los sitios de dominación española y de catolicismo"; y que, amén de relacionarnos con el pensamiento libre europeo, proporcionó una "educación de disciplina sólida" capaz de desarrollar en los alumnos "las propias virtualidades especulativas y morales". Ventajas que empero no borran ni su carácter incompleto ni sus excesos. A falta de un Nietzsche, antidogmático, entrenador de vuelos "de águila", en México sustituyóse el fanatismo religioso por otro; más acorde con los tiempos, progresista; el fanatismo "de la ciencia interpretada positivamente". Aunque las limitaciones del positivismo, de su ensimismamiento científico, obligaban a "explorar otras virtualidades"; enorme era el abismo que mediaba entre las ideas de casi medio siglo atrás y el presente.[ 6 ]

Pero, ¿en qué radica la nota nueva, moderna? El ponente ofrece una doble revelación: la de la médula de su camada; la de sus autores dilectos, los que desbancan a Comte y a Spencer. La "generación" ateneísta no debe su adelanto sino a sí misma. El nuevo modo de sentir no procede de las aulas sino de la "desesperación propia", del callado dolor de "contemplar la vida sin nobleza ni esperanza". ¿Y sus autores, además del no traducido Nietzsche?

El antiintelectualismo de Schopenhauer y la música de Wagner, dos expresiones de lo ininteligible, son las fuentes de la riqueza que ostenta el espíritu moderno, de su libertad sabia, bien lejana del romanticismo o de cualquier otro desarrollo anterior.

El problema del conocimiento insoluble dentro de los límites de la razón, se contesta afirmando que la solución debe buscarse mediante el empleo de otras facultades; el criterio antIIntelectualista y el pragmático se desenvuelven.[ 7 ]

A los de Nietzsche, Schopenhauer y Wagner se aúnan en seguida los nombres de Bergson, Ibsen y Kant.

La intuición filosófica, afirma, es la clave del aumento, misma que debe acoplar tres engranajes: la ciencia, la lógica, la moral. Sumándose a una postura reciente -Gómez Robelo, Valenti, Caso, Sierra-, el sustentante afirma que únicamente la filosofía cuenta "con una tradición de pensamiento selecto" capaz de renovarse a través de los tiempos (renovación fecunda, atrevida).

Vasconcelos está por concluir su exposición. Opuesto a la ciencia misma, falto de vitalidad, el positivismo queda atrás. Se proclama la libertad. Cito las postreras 78 palabras:

Obras sin concluir llaman a las generaciones futuras, nos hacen pensar en que la labor inconclusa se completará con los datos que aún no nos vienen, que guarda el destino. Y en el extraño dolor de la espera, un vislumbre del porvenir, rápido y trágico, muestra lo que falta inaprensible y lejano: sentimos la inutilidad de nuestro individuo y lo sacrificamos en el deseo de lo futuro, con esa emoción de catástrofe que acompaña a toda grandeza.[ 8 ]

La tirada no se agota en un mero estremecimiento lírico. Vasconcelos -y con él lo mejor de su grupo- mira hacia el porvenir. De entrambos son tanto la adivinación de nuevas rutas culturales -travesía iniciada allá por 1906, o aun antes- como una emoción catastrófica que no tardará en justificarse. Transcurrida la "orgía del centenario",[ 9 ] estalla la revolución.

Las comparaciones ilustran. Subsecretario de Relaciones Exteriores, Federico Gamboa abandona todo septiembre de 1910 las entradas de su Diario. No es sino hasta el 1 de octubre, apagados los candiles y los discursos, levantados los manteles del boato, que toma la pluma:

¡Nunca creí ver la aurora de hoy!... Bien es cierto que tampoco creía en llegar con vida a la conmemoración patria que acabó ayer [...] ocurrido y registrado, de positivo milagro ha de calificarse [...]. Septiembre de 1910 ha sido para México un mes de ensueño, de rehabilitación, de esperanza y de íntimo regocijo nacional.[ 10 ]

Nada más opuesto que ambos registros. Vasco -como lo llama, ahorrador, Miguel Alessio Robles- se abandona a la ola que sabe hiriente, ardiente; el burlador de Santa desea que ningún ácido corroa la "obra titánica" de don Porfirio. Vasco, reconocido antirreeleccionista, con una mano palmea a Barreda y con la otra redobla el ataque al positivismo. Gamboa, por su parte, juega al exorcizador.

VI

Puesto a rememorar, José Vasconcelos ajusta cuentas con el Ateneo de la Juventud. Duro en ocasiones; generoso en otras.

Son las postrimerías del "Porfiriato". Tres aficiones evoca el Vasconcelos maduro de los años treinta: la ciudad; lo que él llama "el cenáculo literario"; y el teatro. Un México, D. F., que pertenecía a las poblaciones de armonía, por oposición a las de disonancia; que se recorría a pie; que aún contaba con el Zócalo, además de la Alameda, como "recreo vegetal". Un Ateneo en el que no se hallaba a sus anchas y cuyos integrantes, salvo Caso, le parecían "incompletos, con su preocupación de la forma y su falta de garra para vivir".[ 11 ] Un teatro, por último, de variedad, presidido por Amalia Molina. Para entonces ya seguía a Madero, quien le fuera presentado por el ingeniero Manuel Urquidi.

¿Y los demás, los del cenáculo? ¿Y los intelectuales en general? Atendamos. La inteligencia culta, establece el autor de Ulises criollo, seguía con el viejo régimen, al margen de su disfraz: científico, limantourista, reyista. Mientras que de su grupo escolar, los más brillantes, José María Lozano y Nemesio García Naranjo, se adherían a los científicos, el Ateneo como tal se mantenía ajeno a la política; si bien, añade, "su mayor parte simpatizaba con el maderismo". Y aunque Caso, en lo privado, hacía la apología de Díaz, ideológicamente seguía siendo cabecilla de una "rebelión" más significativa que la iniciada por Madero. Cito:

En las manos de Caso seguía la piqueta demoledora del positivismo. La doctrina de la selección natural aplicada a la sociedad, comenzó a ser discutida y dejó de ser dogma. La cultura y el talento de Caso aplicados a la enseñanza evitaban, asimismo, el retorno al vacío liberalismo de los jacobinos.

El elogio no termina aquí. Sin fundar clubes, remata Vasco, la "obra de Caso era más trascendental que la de no importa cuál político militante".[ 12 ]

Vasconcelos generoso: qué duda cabe.

Empero, es el compromiso político el que separa por una temporada -la de la rebelión maderista- a Vasconcelos y al "cenáculo" ateneísta. Mientras el joven abogado y filósofo ejecuta el saldo de Barreda en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, Francisco I. Madero hállase en la cárcel. Ese mismo mes de septiembre de 1910, la Cámara rechaza la solicitud de anulación de las pasadas elecciones. Madero escapa a San Antonio, Texas, y reclama la presencia de sus correligionarios. Vasconcelos, en vez de obedecer automáticamente, se inoda en una conjura con oficiales del cuartel de Tacubaya; descubierto el complot, escapa por piernas. Hasta donde alcanzo, únicamente él marcha al encuentro de don Pancho en pie de guerra. Ni Alfonso Cravioto, ni Isidro Fabela, ni Martín Luis Guzmán: futuros políticos revolucionarios de nota. Amén, claro está, de ateneístas.

Revolución de San Luis. Caída de Ciudad Juárez. Renuncia de Porfirio Díaz. Gobierno interino de Francisco León de la Barra. Nuevas elecciones. Triunfo de Madero. En lugar de auparse al nuevo gobierno, Vasconcelos opta por la vida privada. La de un próspero abogado pero, también, influyentísimo personaje político ("especie de niño mimado de la fortuna", en sus propias palabras).

Ahora que lo que no consigue Madero lo logra su pandilla cultural. Vasconcelos es elegido presidente -el tercero- del Ateneo de la Juventud.

He aquí su contradictorio testimonio.

La decisión fue tomada no como homenaje a él, sino en beneficio económico y político de la asociación; ésta invita a conferencistas del ámbito hispanoamericano, con lo que inicia la "rehabilitación del pensamiento de la raza" (punto advertible, añado, en los ciclos de conferencias de 1907 a 1910); el Ateneo concluía sus sesiones en restaurantes de lujo, pues ya no se trataba del anterior cenáculo de "amantes de la cultura", sino de un club de amigos, atraídos -salvo, otra vez, el caso de Antonio- por "la acción política".[ 13 ] Parecer este último que, seguro estoy, no compartirían los otros "cabecillas" del movimiento: Acevedo, Caso, Henríquez Ureña. O Reyes o Torri.

Ahora bien: previamente a ocuparme del desempeño de Vasconcelos al frente del Ateneo de la Juventud, debo detenerme en una cena que le fue ofrecida por la directiva saliente. Porque "homenaje" al poderoso maderista vaya que lo hubo. Y anticipo que lo dicho en la cena aporta más que lo remembrado en años de derrota por un Vasconcelos al que cimbra el turbión del despecho.

VII

Noche del 17 de junio de 1911. Alfonso Cravioto, presidente -el segundo- del Ateneo de la Juventud, ofrece un banquete en honor de uno de sus distinguidos socios. En palabras de un reportero anónimo, el "ateneísta revolucionario licenciado José Vasconcelos, que tan brillantes servicios prestó a la causa del pueblo y que es uno de los talentos más sólidos y nutridos con que cuenta el Ateneo".[ 14 ] Entre los concurrentes destacan Caso, Fabela, Eduardo Colín, Marcelino Dávalos, Erasmo Castellanos Quinto, Luis Castillo Ledón, Carlos González Peña y José Escofet. Con el primero, penúltimo y último de los listados, el homenajeado había participado en las Conferencias de 1910. Fecha, aunque próxima, lejana. En el ínterin había ocurrido lo increíble; lo que, en palabras de Gamboa, auguraban y prometían "en voz baja vergonzantes agoreros y catequizadores todavía escurridizos": el derrumbe de la "civilizadora", de la "progresista" dictadura porfiriana.[ 15 ] El mundo había terminado y empezado de nuevo.

A los brindis de esa noche se los llevó el viento. Lo que queda es la breve alocución de Vasconcelos: teoría del cambio violento; análisis de la política y de la cultura; examen -uno de los primeros- del ateneísmo; programa de acción. Sintetizo. En las grandes transformaciones concurren "el despertar moral, la rebelión política y la renovación de las ideas". Empero, en la historia de México, en el momento de los cambios han sido los políticos los que han impuesto su "rudimentario" ideario sobre las altas cuestiones mentales. Justamente la renovación intelectual posterior a la Reforma, el intento regenerador de Barreda, degeneró por culpa de la intromisión política: partidarios en vez de maestros ocuparon los cargos educativos.

Por lo que hace a los tiempos recientes, a nadie escapaba que en la crítica del positivismo mexicano, o mejor, "positivismo porfirista", en su desprestigio, se había consumado lo que él llama la "revolución intelectual". La emprendida, sobreentiéndese, por Caso y sus ateneístas huestes. Ajeno al reconcomio que cargará su futura pluma, el orador muéstrase por demás optimista. El Ateneo se había creado para "dar forma social a una nueva era de pensamiento"; un saber nuevo que no podía hallar asilo ni entre los jacobinos, ni entre los católicos escolásticos, ni entre los positivistas. Esto explica que buscaran su propia casa ("templo").

Ya operada la transformación política, ¿qué procedía? Vasconcelos propone caminos, en términos de un "nuevo juramento al ideal de nuestra generación"; aunque no sin mofarse -él, revolucionario- de un Ateneo que no se había ensuciado los huaraches griegos. Seguro, dice, que a los pobladores del "templo del Ateneo" estremeció el furor, el frenesí, los rugidos y el viento exteriores; viento que amenazaba apagar "la lámpara sagrada que vela la contemplación". Seguro. Como seguro era que, pasado el estremecimiento, los ateneístas procurarían que "El viento benéfico, lejos de extinguir nuestra luz simbólica, la avivase e infundiese claridad".[ 16 ]

En suma: lo que Vasconcelos propone es la defensa de la cultura y la ilustración superiores, lo mismo ante la senilidad cobarde del pasado, que ante la política del momento. Claro debería quedar que la revolución reciente, hecha por hombres menores de 40 años, guiaría la cultura nuestra "en el deseo que desea la juventud".

Anticipándose a sus cargos a partir del carrancismo -Escuela Nacional Preparatoria, Ministerio de Instrucción Pública, rectoría de la Universidad Nacional de México, Secretaría de Educación Pública-, Vasconcelos salta a las cuestiones de la educación: primaria y superior. Admítase, dice, que el estadista implante propósitos sociales a la primera; no así, en cambio, que la incompetencia o la pasión, por su sola alianza con la política, resuelvan la segunda. Cito sus últimas 63 palabras:

Continuemos, mientras tanto, la defensa de los escasos progresos ya conquistados, la construcción de lo que puede llegar a ser un carácter nacional, un perfil definido, quizá un principio de creación del ser mental que está por integrarse realizando la expresión de nuestra raza durante tanto tiempo muda; pero llena de potencialidades que auguran cierto acorde de armonía remota para vibrar y cumplirse.[ 17 ]

 

Más de uno de los conmilitones, asistentes también, el 22 de septiembre de 1910, a la ceremonia de inauguración de la Universidad Nacional de México, habrá recordado al punto uno de los pasajes más brillantes del discurso de Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública, que al fin veía realizado su sueño. La Universidad, dijo Sierra, coordinaría las líneas directrices del carácter nacional. En 1911, Vasconcelos asigna esta tarea al Ateneo en lo particular y, en lo general, a esa "clase de los intelectuales" que el poder público debería aprender a respetar. Lejos, muy lejos del don José estatizador de los veinte queda este Vasconcelos promotor de lo que hoy se apela organismo no gubernamental.

VIII

Es así como la nave del Ateneo empieza a navegar en aguas maderistas. De entonces parte el tan forzado como esforzado relevo que recae en Vasconcelos. Meses después del banquete (¿en el Sylvain?), en noviembre del mismo 1911, la cofradía designa a José Vasconcelos presidente del Ateneo de la Juventud. Cuatro sucesos marcan su gestión. La invitación a conferencistas foráneos; el "affaire" Manuel Ugarte; el rebautizo de la asociación; la fundación de la Universidad Popular Mexicana.

Al margen de sus sesiones de los viernes, el Ateneo, en vez de organizar ciclos de conferencias a la altura del pasado (1907-1910), se abre a los visitantes ilustres. Tal es el caso del español Pedro González Blanco, del peruano José Santos Chocano y del argentino Manuel Ugarte. Por razones que más abajo ponderaré, la invitación de ese último se muda desinvitación y escándalo.

En la reorganización del Ateneo y en la fundación de la Universidad Popular Mexicana encuentro la preocupación, compartida, de mantener independiente el movimiento. La reorganización tiene lugar el 25 de septiembre de 1912. La asociación llámase ahora Ateneo de México; mantiene como propósito el de trabajar en pro de la cultura intelectual y artística (además de que correspondía a la tradición totalizadora del movimiento, el presidente Vasconcelos no hubiera permitido la primacía de lo literario); reconoce cinco clases de miembros; otorga el título de fundadores a 18 miembros; fija una cuota mensual de 2.00 pesos; etcétera.[ 18 ]

Aunque es la Universidad Popular Mexicana la que cifra la autonomía cultural del ateneísmo. Anoto, por ahora, dos juicios de paternidad. Escribirá Vasconcelos en los treinta:

incorporé a casi todos los miembros del Ateneo al nuevo régimen político nacional. Con ese objeto se amplió el radio de nuestros trabajos, creándose la primera Universidad Popular. Para fomentarla se unieron a nosotros algunos políticos que así se ligaban al partido gobernante. Para otros fue la Universidad Popular una ocasión más de acercamiento al medio oficial. Tal es el caso de Pansi, que intimó hasta que logré colocarlo con Pino Suárez.[ 19 ]

Pansi es Arturo J. Pani, quien, en un libro escrito "a propósito del 'Ulises criollo'", transmite otra versión. La comparto. Sesiona el Ateneo (ya de México). Septiembre de 1912. Preséntase un trabajo de Pani: "La instrucción rudimentaria en la república"; al calor de la discusión, decídese promover "una benéfica labor de extensión universitaria"; fórmase una comisión integrada por el propio Pani, Alfonso Pruneda y Martín Luis Guzmán; aprobada la iniciativa, se constituye notarialmente, el 3 de diciembre de 1912, la Universidad Popular Mexicana, órgano dependiente del Ateneo de México. Según la propia fuente, al acto celebrado en la notaría del licenciado Jesús Trillo, concurren lo mismo Caso que Acevedo, el visitante Pedro González Blanco que Jorge Enciso, Pedro Henríquez Ureña que Vasconcelos.[ 20 ] No sobra decir que resultaron designados: Pani rector, Pruneda vicerrector, y Guzmán secretario; ni que la upm tuvo como sede el piso superior del Teatro Díaz de León; ni que la institución sobrevivió hasta 1922, año en que Vasconcelos ocupaba ya la Secretaría de Educación Pública.

IX

En tanto acusación rabiosa, el memorial vasconceliano concita a cada rato la réplica. Quizá del choque del alegato y del contraalegato brote la verdad aproximada. Al igual que en el caso de la Universidad Popular Mexicana -Vasconcelos vs. Pani-, para el "affaire" argentino, de un lado tomamos -aunque posterior en el tiempo- Ulises criollo (capítulo "Presidente del Ateneo"); del otro -anterior- El destino de un continente (capítulo "El peñón mexicano"). Vasconcelos vs. Ugarte. Match que enfrenta a los grupos políticos de los años maderistas. Ni duda cabe que el Ateneo de México, en plena actividad, ocupado en la nueva cultura, ve lastimada su imagen. Nemesio García Naranjo renuncia a la asociación. Vasconcelos le toma ojeriza a un socio reglamentario, Enrique González Martínez, y a otro ad honorem, Genaro Estrada.

Dos visitas dispensa Ugarte a México. Durante la primera, en 1901, lo recibe la pax porfírica y sólo entra en relación con el sector intelectual de la Revista Moderna ("sin precedente y sin continuación en la América Latina"). No gasta el gaucho demasiada imaginación para reparar que Justo Sierra "era el padre espiritual del grupo". A lo largo de la segunda visita, que se dilata entre el 3 de enero y el 19 de febrero de 1912, se topa con la turbia situación política cuyo triunfo será la exaltación sangrienta de Victoriano Huerta. A diferencia de la turística vez primera, Ugarte, hacía poco convertido a la causa latinoamericana, regresa al país como parada de una campaña internacional pro defensa de América Latina frente al destino manifiesto norteamericano. Maderistas y antimaderistas se lo disputan. Su habitación en el Hotel Sanz, de la Avenida de los Hombres Ilustres, hoy Hidalgo, se ve sitiada. La obligada entrevista con el presidente Madero resulta insatisfactoria para el político y el escritor. Las posiciones quedan fijadas: para el gobierno, Ugarte, atrapado por la reacción porfirista, se propone agriar las relaciones inmejorables de México con Estados Unidos; para Ugarte, Madero -"un demagogo idealista, que gustaba de los aplausos como un torero"- era proclive al panamericanismo y a Washington (más vidente que el mexicano, la política imperialista aprovecharía la confusión interior de México para "afirmarse").[ 21 ] Los incidentes, "periodicazos", manifestaciones, sólo se explican a la luz de tamaño desencuentro. El presidente del Ateneo, Vasconcelos, invita a hablar a Ugarte, pero le contrapone, para la misma velada, a González Blanco; fórmula que se rechaza. Niégase al visitante -maniobra del gobierno- el Teatro Arbeu. Al fin, previo apagón, Ugarte diserta sobre "Ellos y nosotros", en el Teatro Virginia Fábregas, el 3 de febrero. Mucho ruido, pocas nueces. Pasados los años, Vasconcelos y Ugarte se reencuentran, amistosos, en Europa. Y, la verdad sea dicha, al Vasconcelos profeta de nuestro destino americano me suenan expresiones de Ugarte en su mentado libro de 1923. Por ejemplo:

Por encima de los errores, el destino de nuestra América tiene que ser grandioso. Lo que surge en la Argentina y en algunas de nuestras tierras, es una nueva humanidad.[ 22 ]

La raza cósmica.

X

El que Vasconcelos entregue el bastón de mando ateneísta, en noviembre de 1912, a su sucesor, Antonio Caso, no lo exime del singular destino que aquí narramos: relevo ateneísta. Por supuesto que la Decena Trágica inicia la desbandada del grupo; y que el huertismo traduce una toma de posiciones políticas más brutal e irreductible que el maderismo. Por supuesto que el triunfo de la revolución constitucionalista ahonda todavía más, respecto a los colaboracionistas -Acevedo, Torri, Lozano, García Naranjo, González Martínez, Gómez Robelo, Reyes-, las heridas y los agravios en el interior del Ateneo. Sin embargo, éste consigue reagruparse gracias a... José Vasconcelos (y gracias también a él, torna a disgregarse). Todo lo cual ocurrirá cuando los sonorenses se hagan del poder posrevolucionario a costa de Venustiano Carranza.

Parece que en el anticarrancismo de Vasconcelos obraron más las vísceras que la ideología (el odio de José incluye a la mismísima Constitución Política de 1917). De una parte, Carranza le entrega, para quitársela de inmediato, la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria, aquélla con la que Gabino Barreda había sabido "pensar su tiempo". De otra, desdeña los pareceres que Vasconcelos -¿ahora agente suyo en Washington?- intenta imponerle en lo que hace a la conducta que México debía seguir tocante a la invasión norteamericana de Veracruz. Desdén que enfurece al oaxaqueño.[ 23 ] Sólo a un colaborador alcanza a nombrar el fugaz director de la Escuela Nacional Preparatoria: el coateneísta Mariano Silva y Aceves (paradójicamente del sector "literatesco" antes que del filosófico).

Llegado el momento, Vasco no duda en sumarse a la Soberana Convención. Una vez designado presidente de la misma, Eulalio Gutiérrez lo designa ministro de Instrucción Pública. Nombramiento con algo de fantasioso en una situación política como aquélla. Imposible le fue al presidente Gutiérrez imponerse a Carranza, declarado enemigo, y a Villa y Zapata, supuestos aliados. Las esperanzas educativas del ministro Vasconcelos se desgranan junto con la Soberana Convención. Su quehacer, lastrado por asuntos de toda laya, apenas cubre del 5 de diciembre de 1914 al 13 de enero de 1915, día en que el gobierno de la Convención abandona la capital. De nuevo dueño de la situación, Carranza desaparece el Ministerio de Instrucción Pública que Díaz le creara a Justo Sierra en 1905.

Largo resulta el exilio. Si bien uno de los traslados, el de Estados Unidos a Perú, ofrece la ocasión para que Vasconcelos, en una conferencia clásica, prosiga su examen de la nueva cultura mexicana, que él gusta originar no en las aventuras literarias de la camada sino en la solitaria crítica de Caso al positivismo. Óptica al gusto del filósofo antiliteratesco.

El 26 de junio de 1916 en la Universidad de San Marcos de la ciudad de Lima, Vasconcelos ilustra a sus oyentes acerca del "Movimiento intelectual contemporáneo de México" del que él era protagonista. Si en su discurso de 1911 vincula ambas revoluciones, la intelectual del Ateneo y la política de Madero, en Perú llama a su generación "nueva". Nueva no sólo por sus años,

sino más legítimamente porque está inspirada en estética distinta de la de sus antecesores inmediatos, en credo ideal que la crítica, a su tiempo calificará con acierto, pero, que no es ni romántico ni modernista ni mucho menos positivista o realista, sino una manera de misticismo fundado en la belleza; una tendencia a buscar claridades infalibles y significaciones eternas. No es fe platónica en la inmortalidad de las ideas sino algo muy distinto, la noción de la afinidad y el ritmo de una eterna y divina substancia.

Ignoro si todas las figuras que el conferencista menciona acto seguido corroborarían sin matices, o de plano rechazarían, la definición que del ateneísmo hace su ex presidente. Larga es la lista evocada: Reyes, Caso, Henríquez Ureña, Torri, González Martínez, López, Argüelles Bringas, Méndez Rivas, Mediz Bolio, Cravioto, Acevedo, Guzmán, Rivera, Montenegro, Ramos Martínez, Ponce, Julián Carrillo, Meneses, De la Parra, Silva y Aceves, Mariscal. A todos y cada uno -"mis héroes patrios"- presenta y elogia alguien que desde ya se sabe Ulises (o por lo menos "corsario insumiso").

¿Por qué, cómo regresa a México en 1920? Vasconcelos tenía claro que el movimiento que culminó con el maderismo había sido "una reacción de la cultura y el sentimiento de humanidad contra el matonismo militaroide y la incultura en el poder",[ 24 ] así como que la Convención significó el concurso del sector civil, independiente, de la Revolución. ¿Qué lo une a los sonorenses que se rebelan contra Carranza?

XI

Tres son los papeles que Vasconcelos desempeña ante -entre- el grupo norteño: el propagandista político, el rector de la Universidad Nacional de México, el secretario de Educación Pública (su campaña para la gubernatura de Oaxaca la realizará desde la oposición). ¿Cómo ocurre su alianza con Álvaro Obregón, a la postre la figura central de la rebelión de Agua Prieta, por encima de Adolfo de la Huerta, Plutarco Elías Calles y Benjamín Hill? No sorprende la concurrencia de dos versiones: la de las memorias y la de otras fuentes. Conforme a la primera, él es buscado, condiciona su apoyo, va a dar al terreno educativo empujado por Miguel Alessio Robles; conforme a la segunda, es él el que se ofrece. Quizá una y otra se complementan, sirven a la verdad. Vasconcelos no había ocultado, a los compañeros de exilio, su posición: "Cuando Obregón nos libre de ese viejo malvado, entonces estaré con él".[ 25 ] No dudo de que Obregón visitara Los Ángeles para atraerse a los convencionistas anticarrancistas ni de que Vasconcelos le reprochara el chaquetazo de 1914, a lo que Obregón habría contestado que no se repetiría el pasado.[ 26 ] Sin embargo, en fecha tan temprana como el 9 de junio de 1919, por mediación de un amigo común de apellido Carpio, escribe a Obregón: felicitándolo por su Manifiesto del 1 de junio, por el que acepta la candidatura a la presidencia de la república; considerando dicho Manifiesto inspirado "en un amplio espíritu liberal", "oportuno", "obra bien meditada, coherente y hasta donde es posible completa"; destacando que una candidatura independiente, liberal, apta y honrada como la del destinatario evitaría caer en cualquiera de estos extremos: la reacción representada por Félix Díaz, la barbarie villista o "la continuación del actual régimen de despotismo y de ineptitud"; y definiendo al agrario como el problema "económico fundamental de México".[ 27 ] Pero no se trata del único mensaje. Obregón acusa recibo del apoyo de Vasconcelos no a través de Carpio sino de otra persona. Reproduzco la breve carta, fechada el 26 de septiembre del mismo año de 1919:

Nuestro común amigo, don Baldomero A. Almada, me ha informado ampliamente de la decisión franca y espontánea tomada por usted para cooperar en favor de mi candidatura en el movimiento democrático que hemos iniciado; y como conozco su filiación revolucionaria, puedo asegurarle que me satisface su resolución.[ 28 ]

Así, pues, de la felicitación a la beligerancia. Aquel que criticaba a los literatos del Ateneo pone su pluma al servicio de la causa obregonista. Prosa sarcástica, púgil, feroz, de la que más tarde se avergonzará; pero que quedó plasmada, junto a la de Obregón mismo, Antonio I. Villarreal, Enrique González Martínez, en un libro de 1920, sin pie de imprenta, cuya reedición urge: La caída de Carranza.

No es el momento para demorarse en el periodista partidario. Salvo este pequeño glosario: Rebelión de Agua Prieta: "tormenta purificadora"; periodo final, definitivo, en el que "la revolución conquistó la conciencia de sus propias finalidades"; empresa "de las ideas más que de las armas"; en suma, fruto de la "explosión de las conciencias indignadas". Carranza: dictador, corrupto, criminal, de "mal corazón" y "poca inteligencia", "ladrón"; en suma, el "más nefasto, el más corrompido; el último de nuestros dictadores". Ignacio Bonillas:quidam extranjerizado que nadie conocía, pero que todo el mundo repudiaba". Etcétera.

Vengativa, cruel, de abogado tortuoso, es su opinión sobre el asesinato de Carranza. Al internarse en la sierra, el presidente corrió riesgos. Los alzados le propusieron salidas que rechazó. Su muerte no debe compararse a la de Madero, uno de los grandes crímenes en la historia mundial. Carranza se había colocado fuera de la ley. La muerte de Madero convocó una guerra santa; la de Carranza es un óleo de paz. Pero todavía faltan otras estocadas. Como la de que Carranza había muerto de muerte natural, porque era natural que muriera así.

XII

Luego de casi un lustro de exilio, José Vasconcelos regresa a México. Intensas, con sus dejos vengativos, son las impresiones primarias: el recibimiento de Obregón en la Estación de Buenavista; la celebración en el Café Colón del Paseo de la Reforma; la recuperación de la ciudad; el reencuentro con Miguel Alessio Robles -inminente secretario del presidente provisional Adolfo de la Huerta-; su designación como rector de la Universidad Nacional de México en lugar de don Balbino Dávalos (a quien prácticamente echa a la calle). Remito a sus Memorias. Aunque es en otra fuente donde pesquiso la razón de ser -y los antecedentes- de su rectorado. Cabeza de puente de su siguiente maniobra, ya con Obregón en la presidencia.

A escombros redujo Carranza el Ministerio de Instrucción Pública; "calamidad" era la ley que facultó. Él no se hacía cargo de la rectoría para conceder borlas o presidir consejos. Más que nuevo rector, debía considerársele "delegado de la revolución", colaborador de un gobierno en el que "la revolución cristalizaba en una postrera esperanza". La Universidad debía trabajar para el pueblo, aconsejándole sobre la constitución de "un órgano federal de educación pública", un federal Ministerio de Educación. De los dos caminos que se le ofrecían, redactar la nueva ley y pasarla a las cámaras o elaborarla en el seno de la Universidad, había elegido el segundo. Invitaba al claustro a fundirse con los anhelos populares, difundir su ciencia en "el alma de la nación".

Palabras fuertes.

Injusto, cruel, rematadamente bárbaro, es el Estado que permite el contraste entre, de un lado, el desamparo absoluto y, de otro, la sabiduría intensa o la riqueza extrema. Deber de nuestros educadores era tener en cuenta que la finalidad -"fin capital"- de la educación consiste en "formar hombres capaces de bastarse a sí mismos y de emplear su energía sobrante en el bien de los demás".[ 29 ]

La formidable arqueología verificada por Claude Fell[ 30 ] nos permite seguir programa tras programa, acto tras acto, la cruzada cultural -no sólo escolar, no sólo educativa- de José Vasconcelos en los gobiernos de Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón (1920-1924). Número de alfabetizadores y alfabetizados; tiraje de la colección de clásicos y de la revista El Maestro; obra pública escolar; estructura de la novísima Secretaría de Educación Pública, responsable, a diferencia del ministerio de Justo Sierra, constreñido al Distrito Federal y a los territorios federales, de la educación pública de todo el país. Envío a tamaña contribución. Por ahora sólo me desvela examinar de qué temple, tradición, utopía, experiencia, siéntese el rector y el secretario Vasconcelos tributario (crítico, por supuesto; por supuesto, intensamente original).

Tomamos nota, a través de sus discursos de 1911 y 1916, que para Vasconcelos el Ateneo, cifra de los afanes de la generación "nueva", cumplió junto a la revolución a secas la "revolución intelectual". Sin que ahí cesara su misión. Al triunfo del maderismo, irrumpía otra ingente tarea: consolidar, lejos del gobierno, la cultura superior. A la idea sigue la acción. Vimos ya que el propio Vasconcelos asume la presidencia de la asociación y, con el grupo, lanza el máximo proyecto social del movimiento: la Universidad Popular Mexicana (más en el espíritu redistributivo de la Sociedad de Conferencias que en el intramuros del Ateneo de la Juventud). Será el perverso ambiente político de los años 1911 a 1913 el que frustrará no sólo la esperanza maderista sino, asimismo, el compromiso ateneísta. Cito: "No había ambiente para un trabajo sistemático de estadista, y menos puede haberlo para un florecimiento intelectual que hubiese dado al Ateneo un papel en nuestra vida pública, tan necesitada de elevados incentivos".[ 31 ]

Por el contrario, ¿el aguaprietismo victorioso sí ofrecía el ambiente adecuado que se escatimó tanto al maderismo como al convencionismo? La mejor respuesta la encontramos en su discurso de toma de posesión de la rectoría, en la adhesión de la clase política nacional a su proyecto de ley federal de educación, en su exitosa tarea de secretario hasta donde Obregón quiso. ¿En tamaño florecimiento intelectual participó el Ateneo?

Armemos la respuesta.

XIII

Más que a la asociación -Ateneo de la Juventud, luego Ateneo de México- invoco a la corriente, su espíritu: ateneísmo. Éste no se extingue a la muerte infame de Francisco I. Madero. Con Huerta en el poder, prosiguen sus trabajos el Ateneo de México y su extensión ambiciosa, la Universidad Popular Mexicana; Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Silva y Aceves se repliegan tácticamente -la polis está minada- al campus (Escuela Nacional Preparatoria, Escuela Nacional de Altos Estudios). La divisa es la misma de la década anterior: nueva cultura, cultivo de las humanidades sofocadas por la ignorante pedantería cientifizante. Tiempos duros, sin duda: escisiones, toma de partido, diáspora (Estados Unidos, Europa, los campos revolucionarios). El ateneísmo conoce la clandestinidad.

En 1919, 1920, no sólo resurge José Vasconcelos. El 7 de marzo de 1916, él, varado en Nueva York, había escrito a Madrid, donde Reyes se partía el lomo patricio para que no faltara el pan a su familia, lo siguiente:

Si la obra que venimos cumpliendo los cuatro o cinco amigos del Ateneo no es únicamente literaria, no depende de que publiquemos o no publiquemos, sino de que logremos construir nuestro espíritu. Y no he encontrado ni en los libros ni en el mundo una influencia más inmediatamente eficaz, que aquella ni una aprobación más estimable que la de ustedes.[ 32 ]

Ustedes: "nosotros"; ese "nosotros" que podría cifrar a la partida tanto o más que las etiquetas al uso. Al margen de que reduce en extremo la primera fila del Ateneo y de que descalifica por enésima vez lo "literario", el remitente se radiografía y hace prever sus respuestas instintivas. ¿A quién si no a "ustedes" llamaría a su lado si regresaba al poder? Así fue. Para "construir" el espíritu de cada quien pero, asimismo, el cultural de la nación mexicana. Si en la rectoría rescata a Julio Torri y manda llamar, con éxito sólo en el primer caso, a Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, en la secretaría forma su equipo con parte de "nosotros". Antonio Caso: rector de la Universidad Nacional de México; Pedro Henríquez Ureña: director de los Cursos de Verano para Extranjeros; Julio Torri: jefe del Departamento Editorial con un pie en la universidad y otro en la secretaría. Inconveniencias políticas impiden que, tal como era su propósito, Alfonso Reyes se convirtiera en su subsecretario. No sólo lo anterior. Obsequiando una buena costumbre ateneísta, la combinación generacional, el ministro atrae cachorros y lobeznos de dos promociones que también harán historia intelectual -y reconocerán sin melindres su deuda ateniense-: la de los Siete Sabios (Toussaint, Cosío Villegas, Castro Leal) y la de Contemporáneos (Torres Bodet, Pellicer, Novo, Villaurrutia). Circunstancia diversa, abigarrado cortejo de razones y sinrazones, es la de que el ejercicio del poder enfrente a la vieja guardia ateneísta. Me refiero al despido del director de la Escuela Nacional Preparatoria, Vicente Lombardo Toledano, y la expulsión del alumno Alfonso Caso; despido y expulsión a los que siguen, como protesta contra la decisión del ministro, las renuncias del rector y del director de los Cursos de Verano. Abigarrado cortejo de razones y sinrazones, insisto: el autoritarismo de Vasconcelos; encontradas concepciones sobre la Universidad en el aparato educativo del momento (hiperactivo); el desgaste de viejas amistades sometidas a tensiones diversas a las de una tertulia intelectual; la mezcla de política y parentesco (Henríquez Ureña cuñado de Lombardo Toledano, Alfonso hermano de Antonio); y, desde luego, la próxima sucesión de don Álvaro, quien, a diferencia del ministro de Educación que se inclinaba a sí mismo, apostaba al titular de Gobernación, Plutarco Elías Calles. Despiadadas son, sí, las recriminaciones que se lanzan los otrora "nosotros".[ 33 ] Pero colmado de esperanzas había sido el inicio: el reencuentro. Basta la lectura de dos cartas a Reyes de uno de los salvados del naufragio, Pedro Henríquez Ureña, para asentarlo. La primera es del 19 de junio de 1921. Cito el fragmento alusivo:

¿Que cómo me convencí de que debía ir a México? Es extraño: no me costó ningún trabajo. Hace un año no lo habría podido aceptar. Pero [...], todo contribuyó a que la decisión fuera instantánea cuando recibí la tentadora primera oferta de Pepe.[ 34 ]

La segunda es del 29 de julio del mismo 1921. Cito un fragmento:

La actividad es enorme; todo es mexicanísimo, y todo está muy bien. La ciudad algo deteriorada, pero el espíritu bien / la reorganización del Ateneo de México; la llegada de Diego Rivera [...], pero voy a lo que urge: saber si querías venir o no [...]. Opina Pepe que viniendo aquí a trabajar puedes hacerte indispensable y ser ministrable como él (que es ministro la semana próxima), pronto.[ 35 ]

¿Qué tan pronto? ¿Apenas Vasconcelos sucediera a Obregón?

XIV

Así, pues, el ateneísmo contribuye con efectivos y probada experiencia en las empresas educativas -tan misionales, tan regenerativas- de José Vasconcelos.[ 36 ] Ninguna corriente intelectual podía suscribir con mejor ejecutoria la declaración de guerra del nuevo rector a la pavorosa desigualdad que aquejaba -aqueja- a la sociedad mexicana. La Sociedad de Conferencias, el Ateneo de la Juventud, el Ateneo de México, la Universidad Popular Mexicana emblematizaban, entre otras cosas, la redistribución del saber (que es un poder). Empero, vista la ruptura de 1923 -el ministro de Educación renuncia un año más tarde-, ¿se da una nueva reagrupación en 1928, con motivo de las aspiraciones presidenciales del filósofo?

Dos cuestiones son indudables. Cuestiones atañentes, respectivamente, a la política y a la cultura. Vasconcelos regresa al país reencarnando no sólo a Quetzalcóatl sino, también, a Francisco I. Madero (recuérdese que el contenido, según él maderista, de la campaña de Obregón, es lo que lo orilló a seguir el aguaprietismo).[ 37 ] Pero Vasconcelos también regresa reencarnándose a sí mismo, convencido de que sus empeños de 1920-1924, tan cargados de pólvora ateneísta, habían sido aniquilados por sus sucesores. Sensata, antes que descabellada, resulta entonces la afirmación siguiente. En 1928, tal y como había ocurrido en 1914 y 1919, al Vasconcelos hombre de acción lo marcan dos vivencias axiales. La de su más honda raíz política: el maderismo. La de su más entrañable filiación intelectual: el ateneísmo.[ 38 ]

Conjeturales, virtuales, son en cambio estos dos puntos: ¿ya presidente de la república, don José hubiera ido más allá de su neomaderismo y su neoateneísmo, realizado lo que inopinadamente Lázaro Cárdenas consumó? ¿En un gesto generacional, hubiera olvidado los agravios y llamado a su lado a los suyos, "nosotros", pese a que no participaron en la campaña? Limítome -y de esta suerte concluyo- al segundo aspecto. Aventuro que sí, que una segunda reagrupación hubiera tenido lugar con Vasco en Palacio Nacional. Tornaba el ideal: ¿por qué los hombres no? Permítaseme especular sobre los nombramientos posibles. Martín Luis Guzmán, secretario de Gobernación (él hubiera preferido Hacienda); Alfonso Reyes, secretario de Relaciones Exteriores (él hubiera preferido Educación); Alfonso Cravioto, secretario de Educación (él hubiera preferido Relaciones); Antonio Caso, rector de la Universidad (retorno que el maestro acepta por la ganada autonomía que Cravioto promete respetar y reforzar). Bajo cuerda se reanima la Universidad Popular Mexicana, cuya rectoría ocupa Pedro Henríquez Ureña; y se reestructura el Ateneo de México, cuya presidencia ocupa una novísima socia, Antonieta Rivas Mercado (responsable también de la ejecución de uno de los más ambiciosos proyectos de la nueva administración, el Centro Cultural Nueva Sofía por construirse frente a la Alameda, por el lado de la Avenida Juárez).[ 39 ] Julio Torri ocupa de nueva cuenta su lugar en el Departamento Editorial, ahora sí claramente adscrito a la Universidad.

No pasa mucho tiempo antes de que menudeen las "diferencias" entre el presidente y sus colaboradores coateneístas. A la primera renuncia, la de Guzmán, siguen las de Caso, Henríquez Ureña y Cravioto. Únicamente Reyes y Torri se mantienen a flote hasta poco antes del final, cuando Vasconcelos exige al pueblo de México que lo reelija.


Fuentes Consultadas

Bibliografía

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______,"La Nueva Sofía", en El Universal, año XIII, t. III, n. 4 630, 1 de julio de 1929, p. 3, 5.

[ 1 ] Centro de Estudios Literarios, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México.

[ 2 ] José v asconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 218.

[ 3 ] Para estos sucedidos, vid. "La revuelta cultural", en mi libro La querella de Martín Luis Guzmán, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, Ediciones Coyoacán, 1993, 244 p. (Diálogo Abierto), p. 75-101; y Pedro Henríquez Ureña, Memorias. Diario, introducción y notas de Enrique Zuleta Álvarez, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1989, 226 p., p. 121-210.

[ 4 ] Cfr. Antonio Caso et al., Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5).

[ 5 ] José Vasconcelos, "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 97-113, p. 98.

[ 6 ] José Vasconcelos, "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 97-113, p. 99.

[ 7 ] José Vasconcelos, "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 97-113, p. 102-103.

[ 8 ] José Vasconcelos, "Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 97-113; loc. cit., p. 113.

[ 9 ] Alan Knight, La Revolución Mexicana. Del Porfiriato al nuevo régimen constitucional. Porfiristas, liberales y campesinos, México, Grijalbo, 1996, 561 p., v. I, p. 100.

[ 10 ] Federico Gamboa, Mi diario. Algo de mi vida y algo de la de otros (1909-1911), México, Botas, 1938, 477 p. (Segunda serie II), p. 181.

[ 11 ] José v asconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 303.

[ 12 ] José v asconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 333.

[ 13 ] José v asconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 396-397.

[ 14 ] José Vasconcelos, "El movimiento intelectual contemporáneo de México", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 117-134; loc. cit., p. 135.

[ 15 ] Federico Gamboa, Mi diario. Algo de mi vida y algo de la de otros (1909-1911), México, Botas, 1938, 477 p. (Segunda serie II), p. 124.

[ 16 ] José Vasconcelos, "La juventud intelectual mexicana y el actual momento histórico de nuestro país", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 135-138; loc. cit., p. 136.

[ 17 ] José Vasconcelos, "La juventud intelectual mexicana y el actual momento histórico de nuestro país", en Conferencias del Ateneo de la Juventud, prólogo, notas y recopilación de Juan Hernández Luna, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1984, 215 p. (Nueva Biblioteca Mexicana, 5), p. 135-138, p. 138.

[ 18 ] Estatutos del Ateneo de México, Archivo del Ateneo, Academia Mexicana.

[ 19 ] José Vasconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 396-397.

[ 20 ] Arturo J. Pani, Mi contribución al nuevo régimen (1910-1933). (A propósito del Ulises criollo, autobiografía del licenciado don José Vasconcelos), México, Cvltvra, 1936, 395 p., p. 118-119.

[ 21 ] Manuel Ugarte, El destino de un continente, Madrid, Mundo Latino, 1923, 429 p., p. 92-115.

[ 22 ] Manuel Ugarte, El destino de un continente, Madrid, Mundo Latino, 1923, 429 p., p. 420-421.

[ 23 ] Para un estudio reciente sobre el particular, vid. Martha Robles, Entre el poder y las letras. Vasconcelos en sus memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 132 p. (Vida y Pensamiento de México), p. 33-51.

[ 24 ] José Vasconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 311.

[ 25 ] José Vasconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 747.

[ 26 ] José Vasconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 932.

[ 27 ] Javier Garciadiego, "Duelo de gigantes", Boletín, Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, n. 11, septiembre de 1992, p. 17.

[ 28 ] Javier Garciadiego, "Duelo de gigantes", Boletín, Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, n. 11, septiembre de 1992, p. 18.

[ 29 ] José Vasconcelos, "Discurso en la Universidad", en José Vasconcelos y la Universidad, presentación de Alfonso María y Campos, introducción y selección de Álvaro Matute, colaboración de Ángeles Ruiz, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Difusión Cultural, Unidad Editorial, 1983, 217 p. (Textos de Humanidades, 36), p. 57-62.

[ 30 ] Me refiero por supuesto a la obra de Claude Fell, José Vasconcelos. Los años del águila (1920-1925), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1989, 742 p. (Serie Historia Moderna y Contemporánea, 21). Vid. también "La política educativa de José Vasconcelos", en Álvaro Matute, La Revolución Mexicana: actores, escenarios y acciones (Vida cultural y política, 1901-1929), México, Secretaría de Gobernación, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1993, 268 p.

[ 31 ] José Vasconcelos, Ulises criollo, en Memorias, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 965 p. (Letras Mexicanas), v. I, p. 399.

[ 32 ] Archivo Reyes, Capilla Alfonsina. Vid. La amistad en el dolor. Correspondencia entre José Vasconcelos y Alfonso Reyes. 1916-1959, compilación y notas de Claude Fell, México, El Colegio Nacional, 1995, 112 p., p. 27.

[ 33 ] Vid. los dos citados y fundamentales trabajos de Claude Fell, José Vasconcelos. Los años del águila (1920-1925), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1989, 742 p. (Serie Historia Moderna y Contemporánea, 21), y La amistad en el dolor. Correspondencia entre José Vasconcelos y Alfonso Reyes. 1916-1959, compilación y notas de Claude Fell, México, El Colegio Nacional, 1995, 112 p.

[ 34 ] Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo, recopilación de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1983, 485 p., t. III, p. 196.

[ 35 ] Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo, recopilación de Juan Jacobo de Lara, Santo Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1983, 485 p., t. III, p. 196.

[ 36 ] Para Fell tres son las fuentes de inspiración del ministro Vasconcelos: la obra de Sierra, el Ateneo y la educación soviética. Vid. Claude Fell, José Vasconcelos. Los años del águila, (1920-1925), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1989, 742 p. (Serie Historia Moderna y Contemporánea, 21), p. 661-665.

[ 37 ] Afirma John Skirius: "El paralelo que se establecía tan ostensiblemente entre la caída de Porfirio Díaz y la de Obregón entrañaba que ahora en 1928 surgiría alguien, como Madero en 1910, para encabezar un gobierno civil, democrático y antirreeleccionista. Y ¿quién sino uno de los primeros maderistas? ¿Quién sino el principal crítico de la dictadura de Obregón y Calles? José Vasconcelos, para servirles". John Skirius, José Vasconcelos y la cruzada de 1929, traducción de Félix Blanco, México, Siglo Veintiuno Editores, 1978, 246 p. (Historia), p. 50.

[ 38 ] Sobre este punto, aunque sin rastrear la influencia del Ateneo, Skirius afirma que Vasconcelos en "cuestiones culturales y educativas, es probable que hubiera tratado de inspirar otro renacimiento mexicano parecido a su labor en los primeros años del veinte". John Skirius, José Vasconcelos y la cruzada de 1929, traducción de Félix Blanco, México, Siglo Veintiuno Editores, 1978, 246 p. (Historia), p. 193.

[ 39 ] Vid. José Vasconcelos, "La Nueva Sofía", El Universal, año XIII, t. LII, n. 4 630, 1 de julio de 1929, p. 3-5.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Martha Beatriz Loyo (editora), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 18, 1998, p. 63-87.

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